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Todo los cristianos deben ofrecer alabanzas diarias a Dios

Alabanza diaria

El amor del Señor me llevó a través del valle de la sombra de la muerte

Por Qian Jin, China

“Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento” (Salmos 23: 4).

Soy cristiana. Trabajé en un hotel. Un día, en el verano de 1997, acababa de almorzar cuando tres policías de treinta y tantos años aparecieron ante mí. Uno de ellos me señaló y dijo: “¡Tú, ven con nosotros”! Sin saber lo que había sucedido, le pregunté: “¿Por qué me estás arrestando”? Sintiéndome desconcertada, mi jefe y mis compañeros también preguntaron: “¿Qué ley ha infringido? ¿Adónde la lleváis”? Esos policías les gruñeron: “¿Qué ley? Ella cree en Dios. Sólo eso es razón suficiente para arrestarla”. Entonces, me pusieron una capucha negra en la cabeza, me arrastraron, me empujaron fuera del hotel y me metieron en su automóvil.

Pronto me llevaron a la comisaría de policía, me esposaron y me encerraron en una habitación oscura. En ese momento estaba muy asustada y oré al Señor: “¡Señor! Tengo mucho miedo y no sé qué van a hacer conmigo. Señor, por favor, ¡quédate conmigo, protégeme! En el Santo nombre del Señor Jesús. ¡Amén!” Después de orar, mi corazón se tranquilizó un poco. Pensando en el maldito Judas que vendió a su Señor y a sus amigos, oré al Señor pidiéndole que me impidiera ser Judas. Poco después, un policía entró y me dijo ferozmente: “¡Di la verdad! ¿Cuántas personas hay en tu iglesia? ¡Dime sus nombres”! En ese momento, seguí orando silencioso al Señor y no pronuncié una sola palabra para él. Mi reacción hizo que él apretara los dientes furioso y me esposara las manos a la espalda, después encadenó mis pies y me colgó boca abajo. Después agarró mi cabeza y la golpeó contra la pared tan fuerte como pudo. Pero aún así, yo no dije nada. Al ver esto, el policía se marchó. Luego vino otro policía y me gritó enojado: “¿Hablarás? Di… ¿cuántos miembros hay en tu iglesia? ¿Cuáles son sus nombres? ¡Confiesa todos sus nombres”! Pero al ser interrogada yo no dije nada. Luego comenzó a insultarme: “¡Eres una mujer asquerosa! ¡No crees en el partido comunista! ¡Crees en Jesús”! Mientras maldecía, me quemaba los labios, la lengua y la garganta con cigarrillos encendidos y me miraba con desprecio, diciendo: “Llama a tu Señor Jesús para que te salve. ¿Por qué tu Señor no viene y te salva? Sólo puedes creer en el partido comunista. ¡Vamos, deprisa, dime sus nombres”! Sin importar cómo me interrogó, simplemente guardé silencio, por lo que el policía continuó quemándome los labios y la garganta. Después de esto, me cogió de la garganta con la mano izquierda y con la otra, salvajemente metió el bastón eléctrico en mi boca. Inmediatamente, una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo: mis músculos se agitaron brusca e incontrolablemente; mi boca, mi garganta y mi lengua estaban quemadas; la sangre salía de mi boca. Sentía como si las hormigas me mordisquearan y me atravesaran innumerables flechas… casi entro en coma. Aparte de esto, el policía arrojó agua hirviendo en mis cortes; el dolor era tan insoportable que no pude evitar gritar y entonces metió papel en la boca, para no permitirme gritar. Pero en mi corazón, seguí llamando al Señor: “¡Señor! Por favor sálvame, protégeme, prefiero morir antes que ser Judas. ¡Aleluya, Amén! “Después de orar, sentí algo de consuelo al pensar en las palabras del Señor: “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros” (Mateo 5: 10-12). También recordé la escena en la que el Señor fue azotado y maltratado por los soldados, y crucificado en la cruz. Para salvarnos a los humanos, el Señor realmente sufrió mucho. Por lo tanto, debemos caminar por el sendero que el Señor había recorrido ya y beber de la copa amarga de la que él había bebido, y me merecía el dolor que estaba sufriendo hoy. Pensando en esto, tuve fuerza y ​​sentí que mi dolor disminuía un poco. En este momento, el policía me sacó el papel de la boca y trató de forzarme una confesión; viendo que seguía sin decir nada, cerró la puerta y se fue.

Cuando el policía se fue, entró una mujer policía de unos cuarenta años. Al ver que todavía estaba colgada cabeza abajo, me bajó al suelo, me abrió las esposas para quitarme la ropa, luego me volvió a esposar a una silla de hierro, y me dejó tendida boca arriba. Después, pisó mis tobillos con unos zapatos de cuero y dijo ferozmente: “China es un país ateo. ¿Por qué crees en Dios? Sólo puedes creer en el partido comunista. Dime qué personas conoces, rápido; si no lo dices hoy, ¡te tendré atada hasta que mueras”! Mientras decía esto, me golpeaba en la cara, en el pecho y en el vientre con el bastón eléctrico. La corriente eléctrica hizo que mis músculos se contrajeran de nuevo y volví a sentir la tortura de ser mordida por las hormigas y atravesada por innumerables flechas. De repente, una descarga cayó sobre mi nariz y la sangre brotó de ella y también de mi boca. Al ver esto, la mujer policía usó un pañuelo para detener la sangre. Mientras hacía esto, ella abusó de mí: “¿Por qué tu madre te dio a luz? Desde que naciste, deberías haber disfrutado de la vida, ¿para qué creer en Jesús”? Entonces, ella se levantó y cogió el bastón eléctrico y lo clavó en mi sexo con todas sus fuerzas. Mientras hacía esto, apretó los dientes y dijo: “Te destrozaré el útero”. Al instante, la sangre y la orina fluyeron y me desmayé bajo una angustia insoportable. No supe cuánto tiempo pasó hasta que me despertó el terrible dolor. Encontré a la mujer policía sosteniendo un cuenco a mi lado y mi cuerpo desnudo completamente empapado y dolorido (más tarde supe que ella había vertido agua con sal en mi cuerpo). En ese momento, me dolía mucho pero sólo pude derramar lágrimas silenciosas porque mi boca estaba bloqueada y no podía ni gritar. Luego, esa mujer policía me dio la vuelta para obligarme a recostarme boca abajo. Ella usó el bastón eléctrico para golpear mi cuerpo bruscamente y lo clavó en mi ano, yo sentí el dolor de mi ano destrozado. En ese momento estaba totalmente asustada pensando en que esa policía me iba a dejar morir. Pero seguí orando a Dios en mi corazón: “¡Señor! ¡Sálvame! No puedo soportarlo más. ¡Estoy muriendo! Sálvame!” Después de mi oración, las palabras del Señor flotaron en mi mente: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Yo estaba consciente. El gobierno del PCCh puede matarme, pero no puede matar mi alma. Además, es el Señor quien me ha dado este aliento y controla mi vida y mi muerte, entonces, ¿qué hay que temer? Pensando en esto, decidí comprometerme a no traicionar al Señor. Y, entonces, milagrosamente, como si mi cuerpo estuviera dormido, dejé de sentir dolor. Sabía que era la maravillosa obra del Señor: Él estaba mostrando su misericordia hacia mí y protegiéndome. Una indescriptible gratitud al Señor se agitó desde el fondo de mi corazón. También vi claramente por qué el gobierno del PCCh odiaba tanto a los creyentes en Dios. De hecho, era el Señor a quien odiaba, por lo que perseguirían cruelmente y cuasarían a cualquiera que crea en el verdadero Dios. Tal como dijo el Señor Jesús: “Si el mundo os odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros” (Juan 15:18). Mientras meditaba sobre las palabras del Señor, esa mujer policía comenzó a pincharme todo el cuerpo con agujas y no lo detuvo hasta las cinco p.m. Luego ella se fue.

Cuando llegó la noche, un policía de guardia vino a verme. Con zapatos de cuero, me pisoteó con todo su peso y me sonrió burlonamente: “¿Ahora sientes dolor? Bueno, si me dices los nombres te puedo convertir en policía aquí mismo”. Tenía náuseas al verlo, sintiéndolo una bestia con ropas humanas. Yo sólo creía en el Señor porque quería ser una buena persona y no hice cosas malas; entonces ¿por qué me torturaron cruelmente? Realmente los odié hasta lo más profundo. Pero no pude hablar, solo le miré. Me azotó con un cinturón de cuero y no sé cuántos golpes me dio. Luego comenzó a derramar vino sobre mi cuerpo y al hacerlo, se rió salvajemente y dijo: “¿Por qué tu Señor Jesús no te salva? Si te hubieras casada conmigo, ya te habría abandonado”. Después, me puso una inyección en la cadera con una aguja enorme y comenzó a desabrocharse el cinturón. Yo estaba muy asustada, pensando: ¿Qué va a hacerme? ¿Me va a violar? Lloré incesantemente y supliqué al Señor: “¡Señor! Por favor sálvame. Él es un diablo Satanás. Por favor, no permitas que me humille”. Cuando terminé de orar, lo vi temblar y salir corriendo. Me di cuenta de que aquello era obra del Señor y sentía el calor del Señor en mi corazón. En poco tiempo, comencé a perder el conocimiento y no recuperé el sentido hasta la mañana siguiente.

A la mañana siguiente, a las ocho en punto, dos policías vinieron diciendo: “La hemos torturado duramente, pero ella no ha soltado ni una palabra. Realmente no hay nada que hacer con ella”. Después de decir esto, salieron. Aproximadamente a las nueve, llegó un colega de mi esposo, diciéndoles: “Vengo a recogerla porque su esposo está en el hospital”. Un policía me soltó y me dijo que me fuera. Pero no podía moverme porque todo mi cuerpo estaba hinchado; tampoco podía pronunciar ni una palabra, ni sabía dónde había puesto mi ropa la mujer policía, así que estaba totalmente desnuda. Luego me dieron un pedazo de tela para envolverme y me llevaron a un coche. Al ver que me estaba muriendo, el colega de mi esposo me llevó al hospital y estuve allí una semana, sobreviviendo gracias a una transfusión de sangre porque había perdido demasiada sangre debido a las torturas y ni siquiera podía tragar agua: mi boca y mi garganta estaban quemadas. Una semana después, pude beber un poco de agua y leche. Más tarde, dado que no tenía dinero para pagar mi tratamiento médico, mi corporación pagó el gasto total: 27.500 yuanes por mí, lo cual se debió al amor y a la misericordia de Dios. Después, salí del hospital para terminar de recuperarme en casa; en ese momento todavía sangraba mi sexo y mi boca. Después de llegar a casa, supe que la policía había saqueado mi casa y se habían llevado mi Santa Biblia. En poco tiempo, mi casa de alquiler iba a ser demolida, pero el líder de mi corporación me llevó a la corporación y mis compañeros se turnaban para ocuparse de mí. Todo esto me recordó a los Salmos 23: 4: “Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento”. Pensé: sí. Fue la misericordia y la protección del Señor lo que me permitió salir viva de la comisaría de policía. Y ahora que estoy dolorida e impotente, el Señor envía a mis compañeros a cuidarme, dejándome ver su amor por mí y mostrándome que siempre me acompaña. Aunque mi cuerpo comenzó a recuperarse medio año después, los efectos secundarios me acompañaron durante 18 años: todavía salen coágulos de sangre de mi sexo (lo que supuso una menopausia forzada a los cuarenta años) y a veces mi ano todavía sangra. Además, a menudo me siento mareada, me duele la cabeza y mi mente también se embota.

No mucho después de dejar el hospital, la policía vino a mi corporación a buscarme dos veces y cada vez que preguntaban a mis líderes por mi paradero, simplemente respondían que yo no estaba allí, por lo que la policía dejó de venir. Habiendo experimentado la persecución y la tribulación, parecía haber caminado por el valle de la sombra de la muerte. Sé que fue el Señor quien personalmente me guió por ese doloroso camino y que fue el Señor quien me apoyó con su vara y bastón para que yo no desfalleciera. Y también he podido apreciar que la misericordia y el amor del Señor son genuinos y grandiosos.

Scripture quotations taken from LBLA. Copyright by The Lockman Foundation.

Fuente: Estudiar la Biblia

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